Día de Muertos en Chenalhó, tejedoras y difuntos

septiembre 13, 2018 10:21 pm Published by Leave your thoughts

En la mitad del corazón del territorio tsotsil está San Pedro Chenalhó, una gota de sangre antigua, profunda y primigenia en el fondo de las montañas que forman los Altos de Chiapas. Aquí las mujeres pasan el día tejiendo, lo que han heredado de sus abuelas y por lo que han luchado para no dejar en el olvido. Para ellas, hacer la ropa es una profesión divina exclusiva de mujeres, como ser madres. Obtienen sus colores de sustancias naturales: el rojo se extrae del Palo de Brasil o mulato; el amarillo de la barba de león y el negro lo sacan de un lodo de montaña mezclado con una tinta comercial. El palo para hilar y los telares son iguales a los que aparecen en los códices prehispánicos.

Aquí el recibimiento a las ánimas es solo el primero de noviembre; en la madrugada, los vaqueros tsotsiles han sacrificado una res que servirá para el cocido con verduras ofrecido a las almas que vuelven del katibak (paraíso) y donde viven por muchos años en abundancia y rejuveneciendo para regresar a la tierra y nacer nuevamente.

En la oscuridad del amanecer suenan los tambores, truenan los cohetes, se echan a volar las campanas para orientar a las ánimas en su camino de regreso. Aquí se reúnen las autoridades municipales y tradicionales para recorrer los puntos sagrados de Lum; vestidos de gala y con bastón de mando, rezan al pie de las tres cruces tsotsiles y se preparan para dejar el cargo por 24 horas y así convivir con el alma de sus seres queridos sin ningún compromiso público. Los aspirantes obsequian pequeñas jícaras de atole agrio envueltas en paños ricamente bordados. Con reverencia y humildad forman parte del llamado gobierno de los muertos durante un año. Entre espesas nubes de copal y sonido de tambores, las mujeres pasean las imágenes de las vírgenes por el centro del pueblo; es la purificación del Lum.

Chenalhó está listo para recibir a sus difuntos: un lazo amarrado del badajo de la campana principal desciende hasta donde está una tríada de cruces al frente de la puerta del templo de San Pedro, formando una línea semivertical. Esta cuerda tendida tañe con ella las campanas, sin subir al campanario, y crea con un espacio imaginario, un centro ceremonial aparte por donde las ánimas pueden montar a caballo, pasear, tomar su posh o platicar como la hacían en vida. Este lazo tendido es el espacio social y público de las almas, del Mictlán y la tierra donde realizan sus funciones los mayordomos; ahí, sentados en bancas pasarán la noche tocando las campanas y atendiendo los problemas que se presentan durante el festejo.

La atmósfera de recogimiento y respeto es palpable; los tsotsiles les hablan y les lloran a sus muertos en voz alta. A diferencia de otras partes, la sk’in ch’uelelalo o fiesta de las almas es motivo de duelo y de tristezas.

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This post was written by Kenia Pérez

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