Ocotepec y sus ofrendas nuevas

Separado de Cuernavaca por una delgada franja de tierra, llamada la Montaña de los Ocotes; este poblado antiguo de Morelos recuerda a sus difuntos de una manera muy particular, especialmente cuando se pone la ofrenda a una persona que tiene un año o menos de haber fallecido.

La casa se prepara y desde el altar se traza un camino de flores hasta la banqueta para anunciar la llegada de una ánima. Al momento de montar la “ofrenda nueva”, sobre una mesa se recrea el cuerpo del difunto, se le viste con ropa nueva, huaraches, sombrero o rebozo; a la altura de la cabeza se colocan las tradicionales calaveras de azúcar.

Ya vestido, el cuerpo es rodeado de las bebidas y los platillos que fueron sus gustos. Si esta ofrenda es dedicada a un pequeño entonces al altar se le ponen juguetes y dulces. Quienes visitan las ofrendas deben llevar un cirio o vela para alumbrar el camino del muerto hacia su casa, costumbre conocida como la cereada. Algunos encienden cuatro velas y las colocan en forma de cruz, orientada hacia los cuatro puntos cardinales, para bendecir los caminos por donde llegará el espíritu del difunto.

En el trayecto a Ocotepec, lo primero que se observa es su cementerio. Se trata de un buen ejemplo de arquitectura funeraria mexicana: innumerables casas pequeñas, iglesias y catedrales lucen colores llamativos, confirman la creencia en la continuidad de la vida después de la muerte.

El cementerio es precisamente el lugar donde inician los preparativos para la celebración; diez días antes del dos de noviembre, familias enteras arreglan sus tumbas, las pintan y las redecoran. Durante las noches del 31 de octubre y el 1 de noviembre, las campanas repican anunciando la llegada de los niños y adultos, respectivamente; se realiza una procesión hacia el panteón a la que todo el pueblo acude, cargando sus ofrendas para sus difuntos; más tarde se sientan todos a comer a un lado de las tumbas.

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This post was written by Kenia Pérez